lunes, 5 de diciembre de 2011

Dictadura militar Argentina: convivir con la muerte

TRABAJO FINAL

El diccionario de la Real Academia Española define la palabra tortura como Grave dolor  físico o psicológico infligido a alguien, con métodos y utensilios diversos, con el fin de obtener de él una confesión, o como medio de castigo.”  Entre 1976 y 1983 se llevo a cabo en Argentina el “Proceso de Reorganización Nacional”  que fue una operación integral de represión cuidadosamente planeada por la conducción de las tres armas y ejecutada de modo sistemático en todo el país.  Se trató de una operación dividida en cuatro momentos principales: el secuestro, la tortura, la detención y la ejecución.

Las personas que fueron victimas de la dictadura militar eran sometidas a todo tipo de torturas tanto físicas como psicológicas, la picana eléctrica, los golpes, las violaciones  y acosos sexuales tanto a hombres como a mujeres, la asfixia, etc. No fueron los únicos métodos aplicados para deteriorar  y degradar a las victimas, atrás de la tortura física se esconde la tortura psicología que se prolongaba durante todo el tiempo de cautiverio.
Desde el momento del secuestro las victimas eran encapuchadas o tabicadas, con el propósito de que pierdan la noción espacial y con el correr de los días también la noción temporal,  a su vez, apenas ingresaban al centro clandestino de detención se les asignaba un numero por el cual serian nombrados a partir de entonces, esto correspondía a hacer perder la identidad del detenido. Por otro lado la alimentación consistía en otra forma de tortura

“Los castigos no terminaban nunca, todo estaba organizado científicamente, desde los castigos hasta las comidas. A la mañana traían mate cocido sin azúcar. De vez en cuando, un trocito de pan duro, que nos tiraban por la cabeza y a tientas nos desesperábamos buscándolo. La comida no tenia carne ni gusto alguno, muy salada a veces, sin sal otras. Un día traían polenta, otros fideos y al siguiente garbanzos en un bol de plástico, cada preso debía comer un bocado y pasar al de al lado y así hasta el final. Si alcanzaba y sobraba volvía de nuevo”  (Antonio Miño Retamozo, en Nunca más 1984, pp. 67)
Las condiciones sanitarias eran pésimas, los detenidos duramente golpeados y lastimados convivían con sus propios excrementos y fluidos, de esa forma las heridas se infectaban gravemente, en algunos casos se les permitía ir al baño a ciegas y conducidos en “trencito”, momento en el cual los guardias aprovechaban para satisfacer impulsos sádicos golpeando o tocando a los prisioneros. A veces, se obligaba a las victimas a presenciar las sesiones de tortura de sus familiares, bajo constantes amenazas. Además están las persistentes agresiones verbales por parte de los represores.
“En algún momento estando boca abajo en la mesa de tortura, sosteniéndome la cabeza fijamente, me sacaron la venda de los ojos y me mostraron un trapo manchado de sangre. Me preguntaron si lo reconocía y, sin esperar mucho la respuesta, que no tenia porque era irreconocible (además de tener muy afectada la vista) me dijeron que era una bombacha de mi mujer. Y nada más. Como para que sufriera… me volvieron a vendar y siguieron apaleándome.” (Norberto Liwsky en Nunca más, 1984 pp. 28)
“El trato habitual de los torturadores y guardias con nosotros era el de considerarnos menos que siervos. Éramos como cosas. Además cosas inútiles y molestas. Sus expresiones: ‘Vos sos bosta’, ‘Desde que te chupamos no sos nada’, ‘Además ya nadie se acuerda de vos’, ‘No existís’, ‘Si alguien te buscara (que no te busca) ¿vos crees que te iban a buscar aquí?’, ‘Nosotros somos todo para vos’, ‘La justicia somos nosotros’, ‘Somos Dios’…” (Norberto Liwsky en Nunca más, 1984 pp. 31)
El terror y la muerte siempre presentes, la falta de referencias, la perdida de identidad, los maltratos permanentes, el aislamiento y la incertidumbre, constituyen una constante tortura psíquica. La cita antes mencionada, da cuenta y transmite un sentir, de aquellos que lo padecieron, de un total desamparo, al transmitirles que son “Dios” y quedan, por lo tanto, a su merced. Objetos de otros, que los despojan de toda posibilidad y los resumen y reducen al lugar de víctimas de su antojo perverso.
Innumerables secuelas tanto físicas como psicológicas pueden quedar luego de vivir tanto horror. No hay amnesia que cure, no hay olvido. El transcurso del tiempo puede mitigar el dolor, pero las huellas quedarán marcadas.
“Tengo problemas de sensibilidad en las manos y algunas cicatrices pero no es de los peores casos, psicológica creo que no, digamos de esto nadie sale indemne, problemas graves en general no, pero uno soportó  y soportó mucho mas de las cosas que uno mismo pensaba que podía superar. A mi particularmente siempre me toco convivir en los peores regímenes, a los presos los clasificaban de acuerdo a un supuesto parámetro de peligrosidad, la gente recuperable, en proceso de recuperación y los irrecuperables, de acuerdo a esa caracterización era la dureza del régimen, yo siempre estuve entre los irrecuperables, nosotros estuvimos siete meses sin salir de la celda, sin leer, sin escribir, solo te hacían salir al recreo una hora por día cuando no estabas castigado, tal es así que uno prácticamente se olvida de escribir y volver a leer es un aprendizaje, secuelas seguramente debe tener cualquiera, pero en términos generales la mayoría mantuvo la cordura, y no hubo, y esto creo que es una cosa para estudiar, no hubo ningún caso de justicia por mano propia a pesar de que hubo atrocidades que más que justificadas hubieran estado.”   Dijo Eduardo Seminara preso político entre 1976 y 1982 y querellante de la Causa Diaz-Bessone
¿Y que pasó con todas aquellas personas que no pudieron contar su historia? Algunos cadáveres aparecían en la calle, tras un supuesto enfrentamiento, pero la mayoría eran exhumados o enterrados anónimamente en algún cementerio, arrojados a fosas colectivas, previamente cavadas por ellos mismos, arrojados al mar desde un avión, etc. Los cadáveres hubieran sido evidencia,  pero el horror se silenciaba o se transmutaba en discursos sociales que enmascaraban el terrorismo de Estado. Por lo tanto no hubo muertos sino desaparecidos. 

Dana Tameron

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